Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

domingo, 27 de octubre de 2013

Anthony Gayton.

Desde que descubrí las fotografías de Anthony Gayton su trabajo me ha parecido, en una palabra, excelente.

Aquí dejo una pequeña muestra.






lunes, 14 de octubre de 2013

Luces

Luces nocturnas, encendidas;
invisibles, cubiertas por mantos nebulosos;
imperceptibles ahora a mi vista desnuda;
luces nocturnas, a quienes millones y millones de voces hablan e imploran,
Luces.
Blancas, amarillas, azules, verdes o rojas, esparcidas... lejanas.
Luces eternas, escuchen mis plegarias, que encuentre calma entre el caos de la mente turbada; que encuentre calma entre mis arranques de ideas maniáticas...

Luces, que encuentre calma.

miércoles, 9 de octubre de 2013

¿Eres novio de tu mejor amigo? Parte 2

[...]
Héctor y yo ya teníamos cerca de un año de vernos prácticamente todos los días, y claro hacíamos de todo, íbamos al cine, salíamos a cenar, nos poníamos a hacer tarea de la universidad (él estudiaba Químicas y yo Derecho), hablábamos de nuestros desencantos amorosos y esos problemas existenciales de unos jóvenes de diecinueve-veinte años; hasta que, en algún momento —no pudiera decir exactamente cuándo o con qué evento en particular; tal vez fue algo repentino o, tal vez, fue algo gradual— dejé de ver a Héctor como alguien que estuvo ahí en incontables ocasiones, detrás de las peleas con mis padres; dejó de ser ese alguien a quien le contaba de todo y a quien escuchaba atentamente; dejó de ser esa persona a la que respetas y te comprometes en serio con sus palabras y sus consejos.
Toda nuestra historia se encuentra entrelazada de una manera por demás íntima, y se remonta a cuando solamente teníamos seis o siete años de edad.
Lo conocí en tercer año de primaria y me enorgullece decir que es el amigo más viejo que tengo. Cada uno siguió caminos distintos durante la secundaria, para luego reencontrarnos en la preparatoria (aunque comenzamos a tratarnos de nuevo al final, para entrar a la universidad).
Fueron años difíciles para mí, con problemas familiares y de autodeterminación que tenía presente todos los días; del rechazo de algunos que se ostentaron falsamente como amigos míso, debido a mi orientación sexual; pero, afortunadamente, también de mucha realidad —la realidad no tiene cosas buenas o malas, la realidad… simplemente es real—. Afortunadamente fue cuando llegaron a mi vida esos buenos amigos que hasta el momento conservo, fue en ese tiempo cuando me extendieron la mano simplemente a cambio de una sonrisa; y, uno de ellos, indudablemente fue Héctor.
Una noche de diciembre de 2006, en una de tantas salidas de fiesta, bailamos y nos reímos (como siempre) y nos miramos en algunas ocasiones directamente a los ojos (como nunca).
Después de esto, él fue quien me llegó a asegurar que todo estaría bien y que no tenía que temer. Fue cuando me llegó la duda, esas interrogantes negativas a las que me referí en párrafos anteriores, pero mi ansiedad se esfumó el momento en que me dijo “Por mí, te prometo, que si no funciona, todo seguirá igual”.
Si él podía hacerme esa promesa… por qué yo no. ¿Por qué no me podía comprometer de la manera en que él lo hacía?
De alguna forma, ahora que lo pienso en retrospectiva, sabía que era lo que debíamos hacer; era el paso que había que dar, el camino que era necesario comenzar a recorrer; para llegar a un destino nebuloso y confuso, pero al que habríamos de llegar juntos; uno al lado del otro.
Cierto es que comenzamos con miedo e incertidumbre, pero también con una alegría que no habíamos sentido con alguien más. Corro el riesgo de armar un perfecto cliché, de sonar como un cursi personaje en alguna novela doblemente cursi; pero todo esto fue cierto, desde el principio sentí una ligereza de espíritu que no me había sucedido con alguien más. Supongo que esas fueron las primeras señales de que todo saldría bien, que todo iría como debe de ir; y puedo asegurar —pues esto es lo que te deja una relación de este tipo, un conocimiento indudable hacia la otra parte de esa misma persona— que él sintió lo mismo.
La tranquilidad que me dejó sostener su mano (la mano de mi amigo), de una forma distinta, pero al mismo tiempo sumamente familiar, como si eso hubiera estado ahí, desde siempre, fue algo que me animó a seguir adelante y aceptar aquella invitación que me hizo esa noche de invierno.
Si tuviera que resumir nuestra historia —a pesar de que no me detengo al demostrar mi oposición al respecto, completa y firme—, diría que ésta se ha basado en la confianza y la seguridad; que se ha nutrido de la risa, las bromas y la ligereza de espíritu; mediante un tipo de acuerdo no hablado, dejamos de lado la constante energía negativa (o, al menos, la mayor cantidad posible) y nos enfocamos en esos aspectos positivos de nuestra relación —sin que esto implique, naturalmente, la ceguera en relación a los problemas y los disgustos del otro—; aprendimos a aprovechar más el tiempo entre risas, besos y abrazos, que en discusiones y reclamos.
Para nosotros, la relación amorosa que surgió de una amistad, ha sido la forma para reafirmar ésta última y hacer cotidiana la alegría —y hasta cierto punto la despreocupación por los detalles insignificantes que surgen con el diario convivir de dos personas— para alcanzar un objetivo pretencioso (para unos) y básico (para otros): una relación.
El paso de los años (ya siete el próximo diciembre) nos ha marcado con un constante ciclo de enseñanza-aprendizaje, de uno para el otro; ha sido pesado pues hemos atravesado por los problemas claros de todos nosotros, más los inherentes a una relación sentimental entre dos adultos. No dejamos de aprender, el uno del otro; estamos ya más comprometidos, con nosotros mismos y con la relación de los dos, estamos más inmersos en un mundo cada vez más inminente que es el realizar una vida en común; las responsabilidades crecen, los problemas —si bien, no necesariamente se incrementen en número— evolucionarán de un tipo a otro; pero la forma en que aceptamos los besos o las bofetadas de la realidad siempre ha sido la misma, es con una sonrisa y siempre sosteniendo la mano del otro.
Somos amigos, amantes, pareja; estamos comprometidos y, para mí, enamorarme de mi mejor amigo fue un verdadero reto, no tanto por el miedo al futuro sino porque él conocía ya gran parte de mi pasado, y aun así me extendió su mano. Para mí, fue algo maravilloso, como compartir todo un sentimiento de complicidad; somos cómplices, él y yo, con una conexión cósmica o divina que de alguna u otra forma nos mantiene unidos.


Agradezco a quien, debido a su pregunta, comencé a redactar estas escasas y precarias líneas —que tal vez en nada demuestren cómo fue mi experiencia al enamorarme de mi mejor amigo—; por esa pregunta, que fácilmente pude responder con unos cuantos tuits, retomé esa pregunta que estaba ya en mi interior y que genera un tema que jamás me cansaré de repasar y considerar.

Octubre 2013.

¿Eres novio de tu mejor amigo? Parte 1

Gracias a la pregunta de una persona —usuario de Twitter y seguidor mío—, escribo ahora acerca de cómo fue que me enamoré de mi mejor amigo. Me parece que ya había escrito algo al respecto, pero se escapa de mi memoria lo que (si acaso) dije en aquel momento.
Tal seguidor —de quien simplemente sé su nombre de usuario y dirección en la red social; y que, a pesar de estos diminutos fragmentos de información acerca de su identidad, mantendré en el anonimato— me abordó con la interrogante que titula éste escrito.
¿Eres novio de tu mejor amigo?
Mi respuesta, naturalmente, fue sí; al menos por una parte, mi mejor amigo llegó a convertirse (y permanece así) en mi pareja por casi siete años. Posteriormente, aquel usuario con Arroba Mayúscula, me preguntó ¿cómo había sido? Pues no es algo común.
En primer término, me parece que esta realidad es más común de lo que alcanzamos a percibir; y que, en muchas ocasiones, los mejores amigos son quienes terminan juntos en un noviazgo o incluso unidos por el vínculo matrimonial.
La amistad es ese motor que inicia y fortalece la relación entre pareja, de forma natural y continua; la amistad, claro está, aviva las relaciones interpersonales, de cualquier tipo y esencia, pero atendamos a la directriz de estas líneas y a su idea central. El componente amistad, en una relación de pareja, sentimental, amorosa, resulta preponderante en su éxito o fracaso; aunque no afirmemos que es un elemento indispensable, sin el cual no podría existir una relación afectuosa e  incluso amorosa, lo cierto es que desempeña un rol (¿decisivo?) en el convivir de dos personas.
Sin intención de abordar los temas que, acerca de la amistad, los griegos han analizado, me atrevería a afirmar que ésta constituye un sincero vínculo entre dos personas, quienes posteriormente podrán convertirse en amantes. Un vínculo de unión, cohesión y estabilidad que les habrá de ayudar en los próximos días, años, décadas.
Decía que esta realidad puede ser más común de lo que creemos. En muchas ocasiones vemos amigos convertirse en novios y después en esposos; a lo que, quizás, esta persona se refería, era a una realidad poco perceptible dentro del mundo de la homosexualidad. Cuestión que pudiera tener varios motivos o razones, principalmente el evidente interés en las apariencias —tanto físicas como de estatus sociocultural—; otro motivo, es la desmesurada inclinación en la búsqueda de encuentros sexuales, con una mayor facilidad; un motivo más, atiende ya a exigencias del mundo moderno en vivir en el carril de alta velocidad y no disfrutar del panorama que rodea el avanzar de la vida. Razones (todas) que no resultan exclusivas de personas homosexuales, sino que se presentan también en los patrones de conducta de hombres y mujeres heterosexuales; sin embargo, las ubico en la primera perspectiva, meramente por contar con una pronta y directa referencia.
Estas razones (y seguramente muchas más) traen como consecuencia relaciones cortas y superficiales que, contrario a buscar una durabilidad y estabilidad, representan fracasos sentimentales en los protagonistas de los enredos sentimentales humanos. Lo que, en consecuencia, arrojará como resultado una percepción de que quienes son amigos, difícilmente pueden llegar a mantener una relación sentimental sólida, estable y confiable, pues no es esto lo que se busca desde un inicio.
Ahora bien, la idea de formalizar una relación con un amigo es una decisión imprudente, arriesgada e incluso peligrosa, atraviesa la mente de muchas personas, pues incluso sucedió en mi experiencia.
¿Qué pasa si no funciona? ¿Podremos seguir igual?
Quisiera aclarar que nos encontramos en un punto crítico, en el que (de entrada) intentamos prever un resultado, con base en interrogantes negativas; como si, por defensa propia, estuviéramos predispuestos a una derrota y una separación entre nosotros y nuestro amigo.
Si hablamos de una amistad, una verdadera amistad, no tendríamos por qué hacernos este tipo de preguntas; y, si tenemos dudas, no sería mejor preguntarnos ¿qué pasará si todo funciona bien? ¿Podremos estar mejor que como estamos en este momento?
La cuestión es que nos resulta difícil aceptar que algo en efecto salga bien o mejor a como lo esperábamos (como ese mecanismo defensivo), para evitar una decepción sumamente fuerte y dolorosa. Pero las cosas pueden salir bien.
La línea de acción no está trazada y la pareja construye tanto su existencia como su convivencia; de ellos depende —en gran medida, pues dentro de las relaciones humanas en general, y de las relaciones sentimentales en particular, influyen un sinfín de variables y elementos que llegan a generar una realidad distinta— alcanzar los objetivos que en conjunto e individualmente se trazan.
Pero, una vez sorteado ese momento de duda y miedo, seguros de la relación de amistad que ya existe, previa a la romántica que se pretende iniciar, se puede avanzar de forma tranquila y despreocupada mas no desinteresada, permítaseme la aclaración.

Pero la intención de este escrito no es el de realizar un estudio acerca de la amistad y el amor, sino, decir cómo fue mi experiencia enamorándome de mi mejor amigo.
[...]